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sábado, 15 de agosto de 2009

ARN-α

-¿Por qué derrochar millones de dólares en un proyecto imposible? -preguntó Kwoong.

Argus Humblebee se quitó las gafas y las limpió mecánicamente con la bata de laboratorio, intentando reunir sus últimas migajas de paciencia para volver a repetir el elaborado discurso que le había conseguido la financiación, los recursos y el equipo de colaboradores que le permitían llevar a cabo su experimento. No lo consiguió.

- Porque encontrar una forma de hacerlo posible revertirá en billones de dólares, doctora Kwoong. Porque las posibilidades para la medicina y la biología se salen de lo concebible. Porque ya hay hombres viviendo con corazones de cerdo transgénicos optimizados para posibilitar un transplante. ¡Porque la terapia génica tiene el poder de sanar virtualmente todas las enfermedades! -exclamó, la compostura sofocada por el escepticismo que le rodeaba.


- Y de desperdiciar una cantidad escandalosa de los fondos que nuestros accionistas aportan persiguiendo cuentos de ciencia ficción. Humblebee, mi humilde persona es lo único que puede mantener a flote su ridículo proyecto. Y tiene minutos, no horas: minutos, para enseñarme algo que me convenza de que GenCon deba asumir el riesgo de perder inversores. -Argus sintió su angustia desbordar su espíritu para así hundirse en su estómago. ¿Hasta cuando tendría que enfrentarse a los ignorantes, a los cortos de miras? ¿Serían capaces, realmente, de retirarle el proyecto? El geneticista elevó una minúscula, ávida, silenciosa plegaria. "Si tuvieran fe como un grano de mostaza...", se dijo antes de responder.

- Doctora Kwoong, no puedo prometer una panacea. Pero sin duda, afirmo que es posible desarrollarla... con tiempo, dentro de nuestra misma línea de investigación. Me pide usted -repuso Humblebee, poniéndose las gafas mal rebañadas de nuevo- resultados inmediatos. Le diré qué tengo, doctora. Le mostraré nuestro último, definitivo, inconmensurable avance, y queda a su inteligencia ser capaz de calibrar su importancia en esos términos económicos que tanto quiere apremiar en GenCon.- con rápidas zancadas impulsadas por la adrenalina nacida del miedo a perder todo por lo que había trabajado, el hombre guió a la forzosa invitada por las instalaciones, descendiendo a través de cuatro niveles de seguridad, lo que equivalía a diez veces esa cantidad de contraseñas electrónicas.

Mai Kwoong trataba de mantener íntegra su fachada de frialdad, profesionalidad y control, pero no éra capaz de alejar de su mente el pensamiento de estar siendo conducida a las profundidades, lejos de nadie que supiera que se encontraba allí. ¿Qué pretendería Humblebee? Buscando amedrentarlo y someterlo, prácticamente se había confesado su enemiga, y el científico parecía rayar el fanatismo. Tragó saliva, intentó centrarse, escudarse en su seguridad previa, inspiró profundamente. Humblebee se había detenido frente a su labo personal, donde los informes revelaban que estaba consumiendo más y más de su tiempo de trabajo. De hecho, era casi lo único que consumía; en cierta ocasión estuvo setenta y dos horas en pie, entre fórmulas bioquímicas y ecuaciones no lineales, antes de ceder a las insistencias de sus asistentes y comer un bocadillo de manteca de cacahuete y acostarse. En otras dos, su fragilizado organismo se había desplomado por deshidratación, sometido a las altas temperaturas y la pésima ventilación. Era un maníaco genial, que parodiaba con su vida el estereotipo de científico loco y lo retorcía para sacarle más jugo.

La amplia sala, de unos cuarenta metros cuadrados, estaba en una penumbra aterciopelada por un brillo verdoso. Fluorescentes diseñados por el equipo de Humblebee alimentaban una atmósfera ya de por sí enfermiza y saturada de humedad. La doctora Kwoong sintió la urgencia de limpiar su cuello y su frente de sudor en los pocos minutos que tardó el biotecnólogo en extraer apenas unas gotas de una probeta, ponerlas en el portaobjetos y presentárselo en el microscopio. La aprensión que sentía la avergonzó; cuando se acercó a observar el último recurso de Argus, todo en ella hablaba del desprecio que le suponía su poco rentable trabajo. Las células rojizas que vió a través de la poderosa lente no le decían nada. ¿Glóbulos rojos? Pero…

- Bien, doctor Humblebee -y el matiz suavizado de su voz ya intuía que, en efecto, había valido la pena venir hasta aquí-, sorpréndame. ¿De qué se trata? ¿Qué son estas células?

-Eritroleucocitos. Son, digamos, glóbulos blancos y rojos a la vez… Esencialmente, hemos integrado la hemoglobina y su capacidad de captar oxígeno en leucocitos comunes.

-¿Qué efectos tienen en el ser humano?

-Bueno, lo primero que hacen es consumir a los leucocitos y eritrocitos naturales del cuerpo. Cuando han absorbido uno o dos, se dividen por mitosis, manteniendo la proporción del cuerpo y evitando que se debilite el organismo. En teoría, debería acelerar el metabolismo enormemente, fomentando una óptima alimentación de los músculos y órganos, a la vez que multiplicaría la capacidad del sistema inmunitario. -la mujer escuchaba, con un esbozo de sonrisa, sin decidirse a mostrarla porque sospechaba de la conclusión final.

-Es impresionante, doctor. Las posibilidades de su descubrimiento son soberbias… en teoría, como usted dice. Pero en la práctica, ¿qué tiene para GenCon?- el hombre suspiró profundamente.

- El metabolismo acelerado quema los órganos por exceso de oxígeno. El cerebro es especialmente vulnerable. Estamos estudiando como modificarlo para que no consuma los glóbulos rojos, sino sólo los blancos, y entonces tendremos un acelerador del metabolismo al que el cuerpo pueda adaptarse, pero… -Mai Kwoong interrumpió sus palabras con un gesto. Lenta y meticulosamente, abrió una elegante pitillera de bronce y acero, extrajo un cigarrillo de clavo, lo tomó entre los labios y lo prendió. Reflexionó aun unos momentos antes de hablar.

-¿De cuanto tiempo estamos hablando, Humblebee? Y le aconsejo que pida el doble de lo que realmente opina, porque cuando presente mi informe a los inversores le recortarán los plazos según les plazca.

-Y-yo… -descolocado al ver de pronto a esta mujer de hierro como una posible aliada en vez de como una enemiga, el genetista vaciló y casi se muerde la lengua al responder- Considero que unos… dieciocho meses, o sea… pongamos treinta y seis.

-Tres años, nada menos. Haré lo que pueda en su favor, doctor, porque desde luego veo potencial aquí. Para la sanidad, el deporte y la mejora del ser humano, que será la nueva tecnología más enriquecedora en el nuevo milenio que se abre. Aunque todo depende de una cuestión que me temo que le resulte chocante, Humblebee. Ahora mismo el producto es letal. ¿Le ve uso militar?

El científico abrió mucho los ojos enfebrecidos. Tragó saliva. Pareció encogerse delante de la doctora antes de, temblando, contestar:
-Podría lograrse… podría utilizarse alguna clase de agente que diera acceso a los vasos sanguíneos a través de la piel, un equivalente biológico al DCH… sí, podría hacerse, pero es… repugnante… -y cuando levantó la cabeza y devolvió la mirada a Kwoong, volvió el escalofrío de antes, al darse cuenta de como este hombre adoraba a su trabajo como un ídolo y hasta que punto había sido corrompido por él- … pero no me importa que se consuman vidas. Estoy seguro de que después se salvarán muchas más. Unos pocos individuos no pueden ser tan importantes como una obra para la humanidad entera… -y mientras lo decía, casi podían oírse los engranajes de su mente encajar unos con otros, tratando de incrustar esta creencia en él, en su moral, de fuera de él a lo más íntimo de su ser, porque él lo permitía y porque aquello que era la base de su existencia le podía ser arrebatado en cualquier momento. Y la retorcida parodia del hombre íntegro que un día fue no permitiría que le quitaran al dios que había creado para sí mismo.

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