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lunes, 1 de septiembre de 2014

Djinn Despierta (11): Goliat

El cadáver me miraba con ojos entre furiosos e incrédulos, sin comprender que le había matado. Yo hice lo mismo y por la misma razón. Sólo cuando me di cuenta de que ya no jadeaba forcejeando conmigo me fijé en su cabeza retorcida.

Algo duro sobresalía de un costado del cuello. Luego supuse que era una vértebra, pero a mis ojos parecía un tumor, algo enfermizo que lo había matado desde dentro. Eso, no yo. Yo no.

Pataleé para quitarme el peso muerto -hasta a mí me pareció un pensamiento de mal gusto- de las piernas, y creí que se levantaba de un salto. Se levantó casi un palmo en el aire y cayó de nuevo sobre mí, más a mí derecha. Siguió inmóvil; yo recuperé el aliento que se me había escapado y lo aparté de un empujón. Rodó una vez y media.

Me hubiera quedado allí con él, tragando la realidad de lo que acababa de pasar, mirando las apagadas estrellas de la ciudad a su lado, yo con ojos cansados y él con los suyos...

Muertos.

Muertos.

Muertosmuertosmuertosmuertos... Hacia eco dentro de mí. La vibraciones de este eco golpearon mis entrañas. Hacía un rato, me había tocado ser feliz y estaba agradecida. Ahora le había roto el cuello a una persona y que fuera un violador no cambiaría que lo había matado y saber eso era una amargura tan grande que me llenaba. La pizza feliz no podía existir a la vez que la amargura, así se abrió paso hacia fuera.

Y le llevó una eternidad salir.


Más allá escuché los últimos ruidos de la pelea, si se la podía llamar así. Cuando me giré, Lorca estaba casi a mi lado. Retrocedí, tropecé y me incorporé. Me puse en guardia; me forcé a dejar de temblar clavándome los dientes en el labio inferior. Cuando lo vio se detuvo y me miró; no podía ver sus ojos en la oscuridad, pero prácticamente podía sentirlos.


-Te he fallado. -Eso fue lo primero que me dijo. Ese era Lorca, sin duda. El Lorca que había conocido esa tarde, el que se había preocupado por mí sólo porque se lo habían pedido. El que me había salvado después de que le abrieran la cabeza.

Oh, no, me había olvidado por completo. Todas las precauciones desaparecieron al recordar eso; me acerqué corriendo a él.

- No sé de qué hablas... ¿Cómo estás? Te hicieron una herida muy fea... -negó con la cabeza por instinto y le temblaron las pupilas. Pero no su cuerpo. Estaba rígido y eso le delataba, pero no dejó que se viera que estaba mareado. Y manchado de sangre, mayormente ajena.

- No, de veras, he estado mejor pero estoy bien.

- Sí, seguro. -le di un pequeño empujón y casi pierde el equilibrio por completo; le sostuve por las solapas de la larga cazadora de piel- No necesitas hacerte más el héroe. Estoy convenientemente impresionada -le regalé una pequeña sonrisa con esa confesión.

- Yo no -respondió una voz diferente. Nos giramos para ver a otro Skull. Lo seguimos mirando mientras se acercaba, había mucho por mirar. Dos metros largos de Skull, y si no fuera porque los seres humanos no miden tres metros hubiera creído que así era. Se acercó a zancadas amplias y lentas; los brazos no se balanceaban a los lados, eran tan largos que, al avanzar encorvado, se inclinaban hacia delante y casi creí que apoyaría los nudillos en el suelo como un gorila de montaña. Lo achaqué a las sombras, al miedo, a la calavera sonriente que tenía dientes dentro de los dientes y colmillos dentro de los colmillos. El tatuaje tenía colmillos. Su boca real también, prominentes y sobresalientes y dándole aun más aspecto de simio brutal.

- ¿Puedes correr? -susurré. No había motivo para pelear de nuevo, y se me encogía el estómago de pensar en hacerlo de nuevo. Y más contra esa... cosa. Cuanto más lo miraba, menos parecía una persona.- Ve hacia la derecha y yo... -me interrumpió el profundo jadeo de Lorca.

Cuando lo hizo antes, yo había estado lejos. Ahora el vapor de su aliento brotó a mi lado y su calor corporal me envolvió. Entre dos profundas exhalaciones, me apartó a un lado con una delicadeza incongruente con la tensión de sus músculos. Su cara era tan... serena. Tenía la boca entreabierta y las pupilas dilatadas hasta ser todo lo que podía ver en sus ojos. No me veían. Estaban desenfocados, o quizá veían todo a su alrededor. Se agachó, el tronco casi paralelo al suelo, una rodilla levantándose casi en un salto, y se precipitó hacia delante. El Skull levantó los brazos como Mike Tyson, doblados protegiendo su cuerpo y su cara. Su puñetazo, inmenso y largo como un tronco de árbol, cortó el aire. Lorca se echó a un costado sin dejar de avanzar, pero el segundo puño lo detuvo.

Fue demasiado veloz. Era tan absurdo y fuera de lugar como todo lo demás en aquel momento. Un puñetazo compacto y eficaz, rápido como una pesadilla. Los huesos de Lorca crujieron, juro que los oí crujir. Corrí hacia él, hacia ambos, insegura de qué podía hacer pero decidida a luchar junto a Lorca. Él se mantuvo en pie; había bloqueado el puño con ambos brazos. El Skull rió viéndonos de pie frente a él. Parecíamos niños frente a un adulto. Su risa buscaba mi mente, mi terror, mi inferioridad; se clavaba en ellos y giraba el filo para ensancharlos. Pero yo estaba al límite. Simplemente no podía temer más y me prohibía venirme abajo.

Por mí lo hubiera hecho, la verdad. No lo hice por Lorca. No iba a dejarle tirado, porque yo no hago esas cosas. Nunca.

Yo no soy como mi padre.

Otro puño, otro cañonazo, se dirigió esta vez a mí. Lorca intentó apartarme de un empujón con su hombro para bloquearlo. No lo consiguió, le vi venir; aguanté a su lado y juntos detuvimos el impacto embistiendo contra él a la vez. Era el movimiento que él me había enseñado: interrumpir el impulso antes de que pudiera desplegar el brazo le robaba su fuerza. Aun así, hubo un chasquido de algo que se rompía.

Abrí mucho los ojos al ver que mi golpe le había partido el meñique, que ahora colgaba inútil del resto del puño. ¿Le había dado justo en la articulación? No se había sentido así, pero estaba claro que, de algún modo, había funcionado.

O al menos eso pensé hasta que el Skull agarró el dedo roto y, sin un quejido ni un gesto, lo encajó de nuevo para cerrar su inmenso puño y descargarlo sobre nosotros. Esta vez había más peso, mucho más. Sólo nos había estado probando. Sentí el impacto a través del cuerpo de Lorca.



Que se cruzó frente a él y delante de mí.

Para protegerme.

Su espalda chocó contra mí y apenas pude frenarle; sus botas dejaron un surco en la tierra seca y dura, arrastrado por el impacto, negándose a caer.

- No necesito esto -bramó el Skull; no como un grito, era la voz de su envergadura, descomunal como él. Repitió el golpe como un profesional, un segundo golpe compacto. Vi la cazadora de Lorca ascender frente a mí, un salto que cayó sobre el puño y lo desvió hacia abajo, clavándolo en el suelo a mis pies. En ese momento logré reaccionar; mientras Lorca machacaba su mandíbula con un golpe de palma -un tsuppari, me dijo más tarde; no me importa cómo se pronuncie mientras funcione. Esta vez no lo hizo-, yo me lancé adelante y le dí con todas mis fuerzas en el estómago descubierto.

Esperaba dejarle sin respiración, no levantarlo del suelo. Apenas. Quizá sus talones se despegaron un par de centímetros, pero lo sentí, y él también. Me miró fijamente, inexpresivo. Creí, estúpidamente optimista, que tal vez se desplomara. Lorca le pateó en el cuello y él lo arrojó a un lado; lo tomó de la pierna y lo tiró. Lo ignoraba, toda su atención puesta en mí. Toda la mía estaba en la sensación de mi puño, demasiado conocida. Era el tacto de la pared detrás de los colchones en mi cuarto, era una dureza lisa, inorgánica, inconfundible.

Era metal. Dentro de su vientre, dentro de su cuerpo, había metal. ¿Qué era este tipo?

- Con eso no hay duda -me dijo-. Bienvenida a Otromundo.



Tuve un segundo para intentar entender de qué me hablaba antes de que se hundiera sobre una rodilla. Lorca le sacó de detrás de la articulación de la pierna un cuchillo de caza cubierto de un icor negro que, comprendí, era lo que el Skull tenía por sangre. Dió un brinco sobre su espalda y se le sentó sobre el cuello, como un niño a caballito. Un niño que apuñaló la garganta que envolvía con las piernas hasta tocar hueso y que luego lanzó todo el peso de su cuerpo hacia atrás, haciendo palanca sobre el cuchillo, las manos hincadas en ojos y nariz del monstruo -ya sólo podía verlo como tal- hasta que sonó un crujido que yo ahora ya conocía. Lo había olvidado, estaba en un reservado de mi mente donde esperaba poder tratar con ello más tarde. Pero ver a Lorca desnucar al Skull lo sacó de nuevo.


Le miré entre lágrimas; me había puesto a llorar sin poder controlarlo. Cuando Lorca se me acercó, el cuerpo relajado después de la tensión de su pelea, nuestra pelea, pareció más pequeño. Me cogió la mano, creí que iba a consolarme... y con voz suave, me dijo:

- Vámonos de aquí. No tardará mucho en levantarse.

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