A los trece años, mi mundo perdió el poco sentido que había empezado a tener cuando conocí a la piedra que quería ser halcón. Era un pedazo de carbón al que, con un pequeño esfuerzo, se le podía achacar una vaga forma de pájaro. En él había un dibujo tallado por los vaivenes geológicos que, por el contrario, requería que el observador se concentrara para no ver un auténtico halcón, vivo y ágil y presto a alzar el vuelo, algo absurdo de ver para nadie que pueda presumir de cordura. Pero claro, como he dicho, yo tenía trece años.
La piedra surcaba el aire una vez y otra, de mis manos a las de mi hermano mayor, que la recibía con un guante de béisbol. No porque yo lanzara muy fuerte, qué va, pero a la piedra sólo le gustaba yo, y en manos de los demás les quemaba engañándoles. Es decir, no quemaba de verdad, pero ellos lo sentían. Refulgía, cada línea del halcón iluminada por una incandescencia que no era más que un sueño. ¿Por qué yo no sentía que sostenía un pedazo de lava encerrado en carbón? Supongo que era el adecuado para comprenderlo, y eso era todo.
Fue a los quince años que mis padres me mandaron a terapia. Sí, habían visto la piedra. Y la habían tocado, y les había quemado, y no tenían explicación alguna. No podían razonarlo, no podía tener sentido. La piedra y yo alterábamos su concepto de lo posible y abría posibilidades desconocidas. Por lo tanto, me llevaron a mi al psicólogo, porque eso sí lo comprendían. Luego al psiquiatra, porque el psicólogo más caro de la ciudad sólo pudo diagnosticarme "una imaginación maravillosa". No culpo a mis padres. He tardado en dejar de hacerlo, pero he aprendido a no odiarles por ello. Sólo estaban… ciegos, supongo. Y los ciegos no pueden concebir la realidad del que sí ve. ¿Cómo no voy a perdonar que lo envidien?
El psiquiatra propuso media docena de teorías, de distintas enfermedades mentales y psicosis menores, cosa que siendo una mala noticia fue tenida como cierta, porque satifacía los miedos de mis padres. Todas pasaban por el mismo principio, cómo no: quitarme la piedra. Me animaron a destruírla. Era una cosa. Sólo una cosa que yo tenía. Pero soñaba, y compartía conmigo ese sueño. Era casi feliz volando cuando nos la lanzábamos.
Era mi amigo, no como un perro, ni siquiera como un gato. Sólo era parte de mi entorno, sacada del cuento fantástico que Thoreau nunca escribió…
Me obligaron a lanzarla al fuego. Hicimos una hoguera en campo abierto -en casa había una chimenea, pero no querían que tuviera ese mal recuerdo asociado con nuestra casa- y me mantuvieron de pie. Lloré hasta vomitar. No me dejaron. Me dolían las piernas y tenía hambre. Las tripas eran ácido, de dentro a fuera. El corazón no latía, sólo se convulsionaba intentando salir. Era un crío. No podré olvidarlo nunca. Mis pesadillas han recordado durante años cómo mi brazo lanzó la piedra.
El pedazo de carbón refulgía en el aire. Por última vez, la piedra voló…se estrelló contra las llamas. Por entonces no sabía cuanto debía tardar, pero ya en aquel tiempo comprendí que no era suficiente, que era demasiado rápido, que aquel fuego no podía crecer así. Sentí la acidez de mis entrañas y comprendí. Igual que yo, la piedra ardía por dentro más que por fuera. Quizá esperaba a que yo lo entendiera, porque justo en ese momento la hoguera se convirtió en un pilar de fuego, alto como un edificio, ondulante, serpenteante… En ese momento se corrigió un error terrible, y los retazos de llama cayeron y se apagaron rápidamente en la tierra y la hierba verde y fresca mientras el halcón de fuego vivo se alzaba en el aire con un chillido de ave de presa y volaba en pos de su destino. Mi corazón aun le persigue. Gracias a él sé que hay más en este mundo que locura y miedo. Gracias a Dios, hubo una señal en mi vida para traerme sueños que perseguir y que conquistar. Gracias.
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Esta entrada se cataloga como "RPG" porque pertenece al capítulo sobre los místicos del juego de rol que estoy escribiendo y diseñando. En cambio, he preferido no catalogarla necesariamente como dentro de "Dark'n'Soul". Estoy satisfecho de como ha quedado: podría haberla trabajado más, pero perdía la espontaneidad infantil que buscaba cuantas más vueltas le daba. Espero que os guste.
sábado, 5 de julio de 2008
De la piedra que soñaba ser halcón
Publicado por Anthony Steel en 10:11
Etiquetas: Fantasía, microrrelato, RPG
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2 comentarios:
Wau, chico, me encanta esta entrada, ni a mi estas cosas se me ocurren, tienes una imaginación impresionante.
Un día tienes que escribir un libro, enserio, seguro que te forrabas, como mínimo yo fijo te lo compraba.
THEN, SIGUE ASÍ!!!! (L)
P.D= No te metas con el yaoi ¬¬ un día dominaremos el mundo... YAOISTAS POWER
Hola, mi ángel!
Me encanta la entrada, como ya te dije es un poco más blanca que de costumbre. Y me gusta, me gusta mucho. Has conseguido la espontaneidad que buscabas... la inocencia golpeada...
Hay gente que no permite a otros soñar por que les invade el miedo. Miedo a que los otros sean capaces de encontrar un mundo mayor que el suyo, miedo a que encuentren algo maravilloso y ellos no puedan entenderlo. Y eso es tremendamente triste... sobre todo porque muchos soñadores acaban cediendo a las presiones de los que se autodenominan realistas, y se convierten en pesimistas con los sueños rotos, arrancados. Se convierten en lo que desearon los que les obligaron tirar sus sueños al fuego y observar cómo se quemaban. Pero hay algo que no le pueden quitar a alguien lo suficientemente imaginativo. ;) tú lo sabes, mi ángel.
De todas formas, soñar y vivir es paralelo. Una cosa no debe, jamás, limitar a la otra.
Me encanta tu talento, Toni. ^^
Un abrazo!
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