Polvo y ceniza

Tengo polvo entre las manos que no se va por más que lo sacudo. Polvo de mis coyunturas, de piel muerta, polvo de tierra levantada con mi esfuerzo que se pega a mi sudor, polvo enredado en mi cabello. Más aun, polvo que no me ha llegado, polvo que sale de dentro; cenizas de mi yo quemado que se roza, tumba y quema para que al menos hoy dé de si lo que tenga, y mañana ya si le quedan fuerzas, si le quedan recursos, que será que no.

Polvo y ceniza, carne y espíritu, cuerpo que por mi vida fue partido y sangre del nuevo pacto que ha de regir mi futuro, para cambiar tierra muerta por fruto nuevo y ceniza antigua por fe y esperanza. No regresaré a la tierra aunque tal vez, por un tiempo, descanse junto a mis padres; pero no seré polvo del polvo, sino luz que asciende a los cielos como relámpago rebelde, que vuela en vez de caer, que deja su naturaleza antigua y llega más allá.

Y es que saber esta verdad y conocer esta promesa a veces basta, y a veces respiro polvo y ceniza que todavía me cubren, que aun no he lavado con sangre, que aun me recuerdan quien fui y confortan lo peor de mi, y entonces se me olvida que en mi debilidad puedo recibir fuerza y que soy nueva y espléndida criatura debajo de mis vestiduras amargas. Pero bendito sea mi Dios, porque conozco la verdad.