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viernes, 30 de mayo de 2014

Djinn Despierta (7): Nostalgia

Después de aquello, vino un largo silencio incómodo. Largos minutos de no querer decir cualquier tontería y de preguntarme si es que no le interesaba hablar conmigo en absoluto y si tal vez a él le pasaba lo mismo que a mí. Pero tenía esa sonrisilla suya, evadida, con la mente en otra parte. Estaba disfrutando del silencio. No parecía que tuviera ninguna clase de presión. Cualquiera con unos mínimos modales habría buscado de qué hablar. Aly se habría sacado de la manga cincuenta temas sin pestañear. Y no me habría dado respuestas claras de ninguno de ellos, pero al menos no habría esta sensación de vacío, de pausa sin sentido.

- ¿Donde aprendiste a pelear? -la pregunta salió de la nada, interrumpiendo mis pensamientos. Fruncí el ceño.

- Yo sola. Tomé una clase en un gimnasio y luego practiqué por mi cuenta -me escuchó atentamente, pareció meditar un momento y asintió.

- Supongo que por eso era tan... caótico.

- ¿Caótico? -pregunté, levantando una ceja. ¿A qué venía esto?

- Indisciplinado. Sin forma definida. Tu forma de pelear es... es una demostración de talento innato sin depurar, ¿me sigues?

- ... Creo que sí -respondí, pero en realidad no tenía ni idea de si me estaba alabando o insultando. "Probablemente las dos cosas", pensé.

- Y por supuesto -añadió- está tu ira. -a eso sólo quería responder con un bufido, pero mi boca se puso en marcha por su cuenta.

- ¿Qué sabrás tú de ira? Con tu, tu, tu calma de monje budista y tu carita de niñito encantador y tu... bah. No tienes ni idea.

- ¿Encantador? -preguntó, y me salvó un poco que había girado el rostro a un lado, de modo que seguramente no me vio ponerme granate. Gina, idiota, idiota...- Nah, la que no tienes ni idea eres tú. Nadie sabe de la ira tanto como yo.

- Humf. ¿Así que hasta tú te pones furioso? Si una patada en la cara no ha bastado...

- Oh, sí -su tono se volvió sorprendentemente pesado y grave- Suelo tenerlo bajo control, pero me pongo furioso. Y cuando estamos así, somos peligrosos.

- ¿"Somos", quienes? -le interrogué. No tenía la sutileza de Alyosha. Con Lorca, estaba claro que había un secreto y que me lo estaba ocultando descaradamente.

- Las personas. No hay nadie para quien odiar sea beneficioso. Es como matar con el corazón.

Sinceramente, quise pensar que era una frase cursi, una chorrada new age. Pero lo dijo con tanta honestidad, como algo que sentía tan adentro... Inspiré hondo para calmarme, me acerqué a él y le apoyé una mano en el hombro.

Se giró al instante a mirarme, como por reflejo. Como si le hubiera asustado. Por un momento había bajado la guardia, sentí; había relajado esa tensión animal de constante alerta. Entendí que lo había hecho por mí, para compartirme esto. Y que mi gesto bienintencionado le había devuelto a ese estado. Le miré a los ojos. Me devolvió la mirada.

Era como mirar a un abismo, a un mar en calma. Había habido brusquedad en su movimiento, pero su cara... tan serena, tan, ¿cómo era esa palabra de clase de literatura? Beatífica, sí. La mirada de alguien que tenía su corazón y su vida bajo control. Una expresión de paz que cubría quién sabe qué. Me miró a los ojos. Le devolví la mirada.

- Cuando odias -habló por fin-, cuando reaccionas con ira, quieres sacar a alguien de ti. No quieres que exista para ti, querrías olvidarle y desterrarle. Y tal vez destruirle. Darle una patada en la cabeza -sonreí débilmente, para quitarle hierro a mi reacción previa. Él no. Sólo me miró así, como si viera dentro, como si yo no tuviera ninguna barrera que encubriera mi rabia, mis pesadillas, mi amargura, mi pasión, las esperanzas a las que me aferraba... parecía que lo estuviera viendo y no necesitara nada más para conocerme.

- Lorca, yo...

- ¿Querrías que no estuviera aquí ahora, Gina? -y la respuesta era no, no querría. Era un listillo arrogante que creía saberlo todo y encima me había ganado en una pelea sin levantar un dedo. Eso aun picaba dentro. Pero quería aprender. Lorca tenía mucho, mucho para dar y que enseñar, y además quería hacerlo.

- ... No. -respondí al cabo. Debí tardar un par de segundos en responder, no más que eso. Tiempo suficiente para darme cuenta de la corta distancia a la que habíamos quedado cuando se giró hacia mí. De que podía sentir su respiración. El calor de su cuerpo. Estaba anocheciendo y tal vez hubiera refrescado un poco, pero de él emanaba una calidez intensa que parecía envolverlo todo. El rubor volvió a mi cara. Como odiaba que ocurriera eso. Y todos estos pensamientos estaban en mí a la vez y me hicieron tardar en contestar. Cuando él me dirigió una sonrisa gentil -gentil: de GENte que TIene Luz- me pregunté si sabía todo esto. "¿Qué ves tú cuando me miras?", me pregunté en silencio.

- Entonces ya no me odias. Todo un paso adelante. Igual hasta nos hacemos amigos y todo -retrocedió un poco, de nuevo algo descarado pero de esa forma tan inocente. Empecé a darme cuenta de que simplemente decía lo que creía cierto y nunca intentaba ponerse por encima. Sólo afirmaba un hecho. Tan directo, tan distinto a todos los que conocía... tan distinto a mí, incluso. Aun así, me surgía una pregunta:

- ¿Y tú quieres estar aquí? Porque me daba la impresión de que Aly te presionaba. -hizo un gesto de negativa.

- Créeme, si Alyosha me hubiera presionado, no lo habrías sabido. El tipo usa las palabras y toca las cuerdas adecuadas dentro de ti para que suenes como él quiere y encima te guste. -me molestó que le criticara, porque no me gusta que se hable mal de la gente que no está delante. Pero me hizo gracia la metáfora. Y estuve segura de que no se habría cortado un pelo de decirlo aunque Aly estuviera allí mismo.- Y aunque estoy aquí por intervención suya, me alegro de haber aceptado.

- Vaya, ¿y eso?

- Porque soy la persona indicada para ti y él lo sabe -de acuerdo, lo encontraba atractivo y eso, pero que dijera esto de repente hizo que mi corazón se saltara un latido por un momento- Para aprender a gobernar tu ira, yo soy la mejor elección posible.

Oh. Claro. A eso se refería.

Si Alyosha sabía tocar las cuerdas correctas en la gente, Lorca debía hacerlo por instinto. Era demasiado sincero para no confiar en él. Demasiado directo para que hubiera un malentendido grave. Y demasiado bueno para enseñarme sobre mi rabia, pensaba yo, pero estaba dispuesta a darle una oportunidad.

- Muy bien, muy bien. No tengo nada mejor que hacer. ¿Cómo se controla la furia? ¿Incienso, meditación y decir "ommm"? -soltó una carcajada que poco antes me hubiera irritado, pero me sumé a ella.

- Todo eso son parches. Necesitas una rueda nueva, no hacer una chapuza con la vieja. Pero lo hablamos durante la cena, ¿sí?

Estábamos entrando en mi barriada antigua, así que conocía la zona. Mejor que en la que estaba viviendo ahora. Y entonces vi un local al que hacía años que no entraba; se lo señalé. Lorca dio su aprobación y entramos a la Pizzería Vostra Scelta. Olía como siempre, a queso caliente y a bienvenida. Olía a otro tiempo en mi vida.

Debajo de una pizza que otra que no fuera ella hubiera tenido que levantar con las dos manos, estaba Ester. Ester de León, mi amiga de cuando era niña. Haciendo equilibrios con la bandeja de servir y otra llena de bebidas, correteaba entre las mesas con una sonrisa que más que de oreja a oreja era de moflete a moflete. Se me hizo un nudo en el estómago al pensar cuantos años habían pasado.

De niña yo nunca tenía un bocadillo para llevarme al recreo. Mi padre no podía o no se preocupaba de hacerlo, sólo de que asistiera a clase. Una vez, cuando tenía unos cinco años, llegó a casa lloroso y borracho después de haber recibido un aviso de que me había escapado de la última clase del día. Me sollozó, no lo olvidaré nunca, que tenía que ir porque si no la policía se me llevaría de su lado. Era mi recuerdo más antiguo, y la primera vez que sentí que yo le importaba a mi padre. No hubo muchas, así que esa se me grabó porque pensé en ella a menudo para consolarme cuando sentía que yo no valía nada.

Los niños tienen una habilidad instintiva para detectar cuando alguien es diferente y rechazarlo. Pocos hablaban conmigo. Los padres lo apoyaban. Alguna vez oí a uno decirle a su madre que yo era la niña que nunca tenía comida para el recreo y sentí, más que vi, la mirada desaprobadora de la madre antes de escuchar cómo susurraba lo bastante alto para que se la oyera "no te juntes con niñas como esa", con los tonos de desprecio que aprendí a odiar.

Y entonces Ester se me acercó un recreo y me dio la mitad de su bocadillo. Por unos días lo hizo así, hasta que le dije que me daba pena que ella se quedara con tan poco. El día siguiente, vino con dos bocadillos.

Hasta siendo tan pequeña, me sentí avergonzada. No tenía claro por qué, pero compartir conmigo estaba bien, pero darme esto, traer para mí, me sentó mal. Me recordó que era pobre y que ella tenía como para repartir. Le dije que no tenía hambre. Ella insistió amablemente y yo le di un manotazo al bocadillo que me ofrecía. Se lo tiré al suelo. Qué mal me sentí al verlo manchado de tierra y mirarla a ella, con los ojos como platos, sin entender. me marché corriendo y la rehuí el resto del día.

El siguiente día a la hora del recreo, me escondí en un rincón donde nadie venía a jugar nunca. Pasé allí más de veinte minutos, hasta que Ester me encontró por fin. Se acercó sin decir nada y se sentó a mi lado.

- ¿Quieres de mi bocadillo? -preguntó. Asentí. Me di por perdonada con eso y me giré, con una sonrisa tímida que se convirtió en una risotada.

Ester estaba desenvolviendo un bocadillo enorme para una niña, el doble de grande que los que solía traer. Lo partió en dos y me dio la mitad.

Ester era una chica pequeñita con un corazón enorme y habilidad para entender lo que se decía sin hablar, desde siempre. Verme y soltar las bandejas en la primera mesa disponible, ante la mirada sorprendida de los clientes, fue todo uno. Corrió hacia mí y me abrazó.

- ¡Gina! ¡Qué contenta estoy de verte! ¿Cómo estás? ¿Donde has estado?

Es como si me hubiera visto la semana pasada, o fuera el reencuentro de después de las vacaciones. Me llenaba de ternura. Le devolví el abrazo con entusiasmo.

- Estoy bien, Ester. Muy bien. Yo también me alegro mucho de verte, debería haber venido antes a visitaros -Lorca se había hecho a un lado, y vi de reojo que sonreía abiertamente. Luego me diría que fue el primer momento en que me vio realmente contenta- Ester, este es mi... amigo Lorca. Él paga la cena.

Ester le miró y su expresión permaneció en su sitio, rígida. Sin el cariño que me había dedicado, la misma sonrisa se convirtió en meramente cordial, fríamente educada. Y lo mismo su tono. Lorca hizo igual; su mirada se volvió penetrante, como si examinara a Ester. Se estrecharon la mano en silencio. Me pregunté si se conocían.

- Hola, Gina -dijo otra voz a mi espalda, una voz que no recordaba que me encontraría aquí. Arielle... la hermana mayor de Ester, su complemento y su opuesto. Donde Ester era bajita y regordeta, Arielle era casi tan alta como yo. Destacaba en los deportes y estudios, mientras que Ester era una estudiante común y solía bromear con que con sus aptitudes su mejor puesto jugando al fútbol sería de balón. Todo el mundo se sentía bien con Ester y todo el mundo le pedía ayuda a Arielle. Y aunque nunca compartimos mucho, me hizo sentir casi igual de querida como su hermana pequeña. Habían heredado ese cariño del lado italiano de su familia, decían.

Pero me sentía un poco incómoda ante Arielle, porque hasta de niñas me sentía inferior a ella. Eso es algo contra lo que he luchado mucho tiempo, esa envidia, esa sensación de valer menos que la gente a la que he considerado de éxito, sin importar lo bien que se portaran conmigo. Por eso empecé a guardar las distancias con ella, en el último curso antes de que mi padre y yo tuviéramos que mudarnos y cambiar de colegio.

La saludé y le presenté a Lorca. De nuevo esa sensación tensa entre ellos dos. Nos llevaron a una mesa libre, nos tomaron nota y se dirigieron a las cocinas.

- ¿No os habéis caído bien, eh? -Lorca se rió un momento. No parecía acostumbrado a esa clase de reacción.

- No se puede uno llevar bien con todo el mundo -respondió. Un momento después, trajeron una Coca Cola para mí y un agua mineral para él y se retiraron sin decir nada, sólo dirigiéndome una sonrisa Ester y un pequeño asentimiento Arielle. Me pareció que cruzaban también una mirada con Lorca. La sensación se confirmó cuando me dijo:- Voy un momento a lavarme las manos.

Me encontré sola en la mesa, y con un creciente sentimiento de que algo no marchaba bien. Un minuto después de que Lorca se levantara, fui también hacia los baños. Tres puertas: damas, caballeros, y una que ponía "privado", entreabierta. Miré por la rendija en silencio, preocupada, inquieta...

Lorca me daba la espalda. Delante de él debían estar Arielle y Ester; él me las tapaba y ellas tampoco debían poder verme a mí. Estaban discutiendo, pero no entendí una palabra.

- No tienes derecho. No es tu sitio -le decían.

- Tengo su permiso y está bajo mi protección ahora.

- ¿Tu protección? Es como ver a un ciego tratar de guiar a otro. ¡No puedes protegerla! ¡No tal y como estás! Tendrías que...

- Lo he hablado con otros como vosotras. No es tan fácil. Llevo mucho sobre los hombros, no tenéis ni idea. Y por eso mismo puedo ayudarla.

- ... Dice la verdad, Ester. No tengo autoridad para intervenir en esto. No aún. -Ester respondió sólo con un gruñido bajo que me hacía reír de niña. Ahora parecía serio, terriblemente serio.

No quise seguir más. No entendía qué ocurría, pero estaba segura que estaban hablando de mí. Empecé a irritarme y pensé en entrar de repente, irrumpir en medio de ellos y exigir respuestas. Pero no lo hice. Pensé en lo que me había dicho Lorca. Quise ser más astuta que eso, sonsacarle las respuestas a solas. Fue un error, pero en aquel momento no podía saberlo.

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