- Hay mucho más en ti de lo que creía posible.
Lorca tal vez tardó en darse cuenta. Pero soy una chica impresionante, y ya era hora de que empezara a quedar impresionado.
- En serio, estas pizzas miden medio metro de diámetro y te la has comido casi toda. ¿Cómo te puede caber tanto dentro?
Eh, por algo se empieza. Y además, en este punto toda yo era sólo un estómago feliz, un estado que añoraba mucho y en el que muy poco puede afectarte. Apenas era consciente de los intentos esporádicos de Ester de pararse en nuestra mesa más de veinte segundos, pero los agradecía mucho. Arielle se ocupaba de la caja sobre todo, pero cada vez que miré hacia ella me dirigió una sonrisa.
Así soñaba yo que eran las familias cuando era pequeña.
Al final Arielle se acercó con la cuenta. No, de hecho se acercó con un papel con el teléfono de las dos, nada más.
- Chicas, soy yo quien paga, no ella. -dijo Lorca
- Nos da igual. No queremos nada tuyo, rubito -respondió Ester, arrancándome una risa. Ya iba siendo hora de que le pusieran un poco en su sitio. O lo sería, si él no se hubiera encogido de hombros y añadido:
- Vuestras pizzas son una pasada. Muchas gracias.
- La pizza es lo contrario de los cereales... -murmuré.
- Oh-oh -dijo Ester.
- ¿Oh-oh qué?
- Verás -intervino Arielle-, cuando Gina se llena así le pasa esto. Se queda como en las nubes y habla con...
- ... la sabiduría de la pizza -concluyeron las dos al unísono. Como si no hiciera años que no me decían tal cosa. Pero ahí estaba, en perfecta armonía.
- La pizza es salada. Los cereales dulces.
- Como sabiduría no es nada del...
- Ssst -le hicieron callar las dos.
- La pizza lleva harina que se amasa y se hornea para comerlo caliente -proseguí, perdida en mi estado de empacho mental- El cereal se hornea y se sirve frío. La masa es blanda y se pone crujiente. El cereal es crujiente y se pone blando. La pizza tiene queso, pegajoso y sabroso y lleno de aroma. Los cereales tienen leche, líquida y pasteurizada y sin gusto. A la pizza le pones tomate, olivas y carne. A los cereales le pones frutas del bosque, trocitos de manzana y pasas, o eso dice la caja, porque en realidad no lo hace nadie...
- Guau -respondió Lorca, sin más que decir por una vez.
- Se puede pasar un buen rato así -asintió Ester- No sabemos por qué, pero si le ofreces Sprite vuelve a la normalidad.
- ¿Ha dicho alguien Sprite? -abrí los ojos semicerrados y miré alrededor; Ester, previsoramente, tenía un botellín y un vaso con hielo. Y menos mal, me moría de sed...
Lorca se echó a reir. Y esta vez me permití hacer lo mismo. Hasta las chicas se unieron. Era una risa llena de vida, la suya. Daban ganas de oirla más, y supongo que por eso te reías con ella, para que creciera.
- Chicas, ha sido un placer -se despidió- Voy a escoltar a esta chica a casa antes de que la sabiduría de la pizza regrese.
- La mejor tortuga ninja fue siempre Leonardo... -entoné.
- Oh, cielos. Nos vemos, Arielle, Ester -lo último que me esperaba era que se agachara, me agarrara por los tobillos y se incorporara. Me echó sobre un hombro como a un saquito de piernas largas y salió corriendo conmigo a cuestas entre las protestas de las tres.
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- ¿Piensas bajarme pronto o qué?
- ¿Tienes queja del transporte?
- Bueno, la amortiguación está bien, pero la carrocería deja que desear -mentí-, y la tapicería... ¿en serio, cuantos años tiene esta chaqueta?
- Vale, ese es un tema que no vamos a tocar -se había parado en un parque a pocas manzanas de mi casa. O lo que para el ayuntamiento pasaba por parque. Era un pegote; un parche de oxígeno en vez de uno de nicotina para que la adicción al aire limpoio nos fuera más llevadera mientras nos acostumbrábamos a la polución que nos tocaba tragar por vivir al lado de un polígono industrial. La hierba bordeaba el amarillo, y el único juguete para niños era un gran cajón de arena. Aunque tendían a sacarletodo el provecho posible a los aparatos de gimnasia para los mayores, convirtiéndolos en columpios, ruletas y tirolinas.
- Aun quería tener algo más de tiempo para hablar con ellas. -esperaba tener ocasión de preguntarles sobre el "incidente" en el almacén, para ser exactos
- Ahora tienes sus teléfonos, ¿no?
-Sí, pero... yo no tengo. Ni móvil, ni en casa. Pero bueno, siempre podré rascar unas monedas para ir al locutorio, o darme un paseo a verlas. No me esperaba que me recibieran tan bien...
- Tal vez tiendas a ser demasiado negativa -repuso, otra vez con su tono de "yo sé más que tú", tan profesoril. Pero no podía discutírselo.
- Tal vez. Pero ahora no, acabo de comer demasiado bien...
- ¿Panza llena, poca rabia, eh? -soltó una carcajada y reí también.
- Eso parece. Y no estoy acostumbrada a tener poca rabia. Siempre he creído que la rabia me da fuerza -Lorca balanceó su mano en el clásico gesto de "más o menos".
- No te discuto que la rabia te haga más fuerte brevemente. Pero la calma tiene el poder de robarle su fuerza al contrincante. -ahora fui yo la que inclinó la cabeza a un lado, sin comprender. Me tomó de los antebrazos con cuidado, pero con energía, y me puso en pie- Vamos a ayudarte a bajar la comida, ¿de acuerdo? Pégame como prefieras.
A estas alturas ya sabía que si me pedía esto, más valía no discutir. Tampoco es que le fuera a hacer daño. Pero si empezaba a acostumbrarme a cómo se movía, tal vez un día de estos pudiera darle una sorpresa si se me ponía chulo. Así que me puse en guardia y le lancé un directo de izquierda.
Para mi sorpresa no esquivó ni retrocedió. Tomó la ofensiva. No es que me pegara ni nada; se adelantó hacia mi golpe en vez de echarse atrás y empujó mi antebrazo a un lado, sin apenas usar fuerza. Mi impulso lo hizo todo; fallé completamente el golpe. Probé a alcanzarle con un gancho de derecha esta vez, pero no pude tomar ningún impulso con mi brazo: al inicio de mi movimiento, él ya estaba empujando mi puño hacia abajo, impidiéndome moverlo.
- Yo estoy tranquilo. No eres débil y podrías hacerme daño si me alcanzaras. Pero tengo la tranquilidad de saber que puedo robarte tu fuerza. -Se sentó en el banco donde yo había estado y le imité- Cuando nos atacan, o nos asustamos y huimos, o nos ponemos furiosos. Esos son los dos instintos naturales. Pero somos más que máquinas de respuestas instintivas... podemos tener calma.
- Yo lo flipo. ¿De donde has salido tú, de un monasterio shaolin o algo así? ¿Esto que me enseñas es kung fu? -sacudió la cabeza, riendo.
- Nooo... un poco más japonés que eso. Hay muchas formas de pelea en el mundo, y unas son más convenientes que otras para tu carácter y tu cuerpo. Otras pueden adaptarse al usuario. Yo hago sumo. -le miré pensando que volvía a tomarme el pelo.
- Una cosa es que no haya terminado el instituto y otra que no sepa lo que es el sumo -bufé- Tú no pareces un tiparraco gordísimo de 200 kilos, precisamente.
- Da igual. El sumo tiene dos principios esenciales. Uno es el compromiso con tu propio cuerpo: convertirte en un tanque viviente. El cuerpo de un rikishi -arrugué el entrecejo un momento y añadió-, un practicante de sumo, utiliza su grasa como una armadura, y su peso como una forma de ganar potencia. Y son muy, muy fuertes de por sí. Son guerreros sagrados, ¿sabes? Viven separados de la sociedad, su peinado tradicional es obligatorio para que todos sepan que son rikishi, realizan rituales de purificación de su dohyo de lucha... Originalmente, el sumo viene del shintoísmo, la religión local. Un sacerdote se batía en duelo con un kami, un espíritu divino, antes de los rituales mayores.
- ¿... luchaba con un espíritu? O sea, ¿en serio? Imagino que sólo bailaba él sólo y fingía, ¿no? -pregunté escéptica, sonriendo de medio lado.
- Quien sabe. Como decía aquel, "hay más cosas en el cielo y la tierra que en tu filosofía".
- Empezaba a tomarte en serio -me burlé- Pero desde luego sabes pelear. ¿En serio vas a enseñarme? -asintió.
- Espero que puedas aprender a luchar usando tu calma como un escudo, en vez de tu rabia como un hacha.
- Preferiría una espada -sonreí, y me devolvió la sonrisa.
- Una espada sería precisión y disciplina. Tu estilo es más brutal que eso, no te ofendas -no lo hice, pero me crucé de brazos y miré a un costado, escondiendo mi media sonrisa. Él rió de nuevo- Con el tiempo te enseñaré a usarlo también. La fuerza cruda tiene su función en nuestras vidas, pero usarla tiende a implicar sacrificios... ¡NGH! -me giré a mirarle a tiempo de verle desplomarse adelante. Recuerdo ver el momento en cámara lenta: un hilo de sangre se despegaba a medida que él caía, caía, apenas interrumpiendo su caída con las manos, cayendo sobre ellas, rodando al suelo... Miré tras él y vi el cráneo blanco. Abrió los dientes y enseñó otros dientes dentro, más amarillos. Un salpicón de sangre manchaba la barra de hierro de construcción, pintada de negro con hollín, y manchada de rojo...
Vestía una jumper negra y una camiseta con una esvástica. Otros como él nos rodearon. SkullHeads... habían aparecido en los últimos meses. De influencia neonazi, pero se decía que influenciados sobre todo por las ideas más místicas de Hitler. Se rapaban la cabeza, sí, pero además se pintaban la cara de negro y un cráneo blanco sobre ella; algunos sólo medio cráneo, o dos esquinas de la cara. Se reunían en pequeños grupos, atacaban sin un patrón aparente, herían o, se decía, incluso mataban, y desaparecían otra vez. Barrios enteros estaban viviendo con el miedo de protagonizar el ataque del mes. La policía no solía tener efectivos para defender zonas pobres como las nuestras, y respondieron a la situación viniendo todavía menos, porque a nadie le apetece ser el héroe que va sólo sin poder pedir refuerzos a que un maníaco te estrangule con una cadena de acero.
Me levanté de un salto y escudriñé la oscuridad a mi alrededor. Eran seis. El primero se había acercado en silencio. El resto, una vez eliminado Lorca, nos rodeaban trazando un círculo del que nosotros éramos el centro, avanzando hacia el banco sin prisas. Esperaba amenazas, pero sólo reían, una risa baja y grave. Preguntarme qué se propondrían me llenó las entrañas de un peso ácido. De pronto tenía frío, mucho frío, que venía más de dentro de mí que de fuera. Uno de los Skulls hacía girar una cadena que llevaba una bola de cemento, erizada de clavos hacia fuera, en el extremo. Otro cargaba al hombro una barra gruesa metálica; había sumergido la punta en un cubo de cemento y ahora la llevaba como una maza enorme. Los otros cuatro llevaban barras, una cada uno; no, uno de ellos llevaba dos, me di cuenta cuando las hizo entrechocar, marcando un ritmo como un tambor tribal.
No podía huir y dejar a Lorca atrás. No podía irme tampoco. Sólo me iba girando, en una y otra dirección, tratando de saber donde estaba cada uno, de buscar un hueco, una oportunidad de que saliéramos de esta. Lorca probablemente necesitara un hospital. Tal vez si hubiera tenido un móvil hubiera tenido más opciones. Si mi padre... traté de no dejar que esos pensamientos me distrajeran. No ahora, no aquí.
El primero en llegar hasta mí lo hizo estando yo de espaldas. Quiso agarrarme el hombro, creyendo que yo no sabía que ya le tenía tan cerca. Estaba esperándolo. En el mismo momento en que me tocó, me giré y le lancé un puñetazo a la cara. Fue muy satisfactorio ver su cara estúpida de sorpresa y dolor, que me dio ocasión de patearle la cabeza y derribarlo con la sien abierta por los hierros de mi bota.
El de la cadena se acercaba corriendo; corrí a ponerme detrás de una de las ruedas para rehabilitar las muñecas del parque de ancianos, un círculo con radios como una rueda de bicicleta y un par de agarraderas que sujetar. El Skull hizo girar la bola de clavos sobre su cabeza con la cadena y la lanzó; la cadena giró al engancharse con la rueda y la bola pasó silbando sobre mi cabeza; me arrancó el pañuelo y me dio un tirón. Di un grito de miedo, en el momento ni sentí que me doliera, sólo la sensación cálida y fría de un arañazo recién abierto.
Tiré hacia abajo de la rueda con todas mis fuerzas. El Skull no se esperaba un tirón repentino de la cadena: la llevaba enrollada en la muñeca, y el estirón le desequilibró, le hizo tropezar, le atrajo hacia mí. Detuvo la rueda que aun giraba y la sujetó con las manos, me agarró de la camiseta a través de los radios para que no escapara. El muy imbécil. Le pateé la pantorrilla con una patada baja de muay thai. Es un golpe seco en el muslo que puede hacer imposible aguantar de pie si se da bien. Yo no daba para tanto, pero soltó mi camiseta con un chillido. Aproveché para hacer girar la rueda una vez más, su brazo aun atrapado en medio y sujeto por mí. Crujió. La giré más fuerte. Aulló.
Hasta aquí llegó mi suerte. Me agarraron por detrás, sujetándome cuello y cabeza. Me ahogaba. En la tele uno se libra de esto dando codazos en las costillas a su atacante, pero esto no es tan fácil. Al primer intento fallé, y al segundo él dio un paso atrás, apretando mi cabeza hacia abajo, tirando de mí hasta hacerme caer sentada y sin poder respirar. Otros dos me sujetaron una pierna cada uno. El último, que parecía el líder, vino hasta mí. Se colocó entre mis piernas y se lamió los labios pintados como dientes. El contraste del rojo contra el negro y el blanco en la oscuridad realmente hacía pensar en la imagen grotesca de una calavera con lengua.
- No, no, no. No te toca estar con un rubito, tía. Hoy te toca estar con un hombre de verdad -vi cómo se abría el cinturón. Quería gritar y no podía. Quería defenderme y no podía. Estaba rabiosa y toda mi rabia era inútil para hacer nada.
En aquel momento vi caer chillando al tipo al que había retorcido el brazo a mi lado; cayó de cara sobre la gravilla, abriendo un surco en el suelo que le llenó la cara de rayas rojas, y dejó de gritar. El líder Skull miró hacia atrás. Yo miré. Todos miramos.
Lorca estaba a unos cinco metros de nosotros, en pie, la cabeza gacha, y su boca llena de vaho. Era una noche de verano. Y él echaba vaho por la boca. ¿Tenía fiebre o qué? ¿Y había arrojado a este Skull desde allí?
Se agachó y corrió. O embistió. Supongo que mi mente estaba intentando fijarse en detalles que no fueran horribles. Observé cómo se movía, nunca vi a alguien correr así. Parecía a punto de ponerse paralelo al suelo, avanzaba muy rápido y aun así parecía que no podría correr así sin caer hacia delante. Lo hizo, en realidad. Se lanzó con todo su peso y velocidad sobre el Skull que sujetaba mi pierna izquierda, le tomó por la nuca, sus pies derraparon en la grava y su rodilla se adelantó.
La cara del Skull estalló contra el rodillazo. Estalló como una granada de sangre y pedazos de dientes. Ojalá eso lo hubiera dejado KO, pero no tuvo tanta suerte. Se desplomó hacia atrás y bramó por una boca destrozada y una nariz rota y gorgoteó en su propia sangre y saliva.
Lorca no se detuvo, ya tenía otro objetivo. De su garganta salía un sonido grave, un ruido gutural, bajo y pesado y que no parecía humano. Estaba agachado y todos nosotros parecíamos paralizados, ridículamente lentos mientras él incrustaba la palma de su mano en el costillar del que sujetaba mi otra pierna. La mano se hundía adentro en su cuerpo, demasiado adentro. Por un momento creí que saldría por el otro lado; en vez de eso el cuerpo cayó deformado por el impacto, abollado, y vi sangre brotar de la boca y nariz del Skull derribado y en shock. Hemorragia interna, de un sólo golpe a mano desnuda.
Estaba demasiado aterrorizada para usar las piernas que habían quedado libres. Pero tenía esta oportunidad; agarré mi miedo y me obligué a convertirlo en rabia desesperada.
El cerdo que me sujetaba, el de Media Calavera pintada, sólo podía mirar boquiabiertocómo Lorca levantó con una mano a su colega, que berreaba sin parar; alzó la mano con la palma hacia abajo, y golpeó. Un golpe de mano plana de sumo alcanzó de pleno al Skull herido en la cabeza y lo echó hacia abajo con tanta fuerza que la vi rebotar contra el suelo, y ya no chilló más.
Pataleé y el de Media Calavera no pudo evitar que me liberara. Le di un codazo en el estómago con todas mis fuerzas y me levanté. Entre los gritos del último Skull y el gruñido bajo, animal, incesante, de Lorca, yo quería huir de aquella pesadilla. Quería que el día no hubiera empezado así. Quería que Alyosha volviera a aparecer sin que me lo esperara y tomara el control. Alyosha me dijo que Lorca me protegería. ¿Era esto protegerme? Sí, pero me daba miedo reconocerlo en este punto. Pero sin duda me había salvado.
Todo esto logró pasar por mi mente en los pocos segundos que tuve de libertad, trotando hasta los límites del parque. Media Calavera me placó por la cintura y caímos al suelo los dos. Supongo que ya sólo quería que no pudiera pedir ayuda antes de que lo que quedaba de sus hermanos y él se esfumaran, no hacerme daño. Pero en aquel momento sólo pensé que todavía no había terminado, que querían forzarme, que me... ¡No!
Me retorcí hasta quedar boca arriba. Media Calavera alargó una mano hacia mi cuello. Interpuse mi rodilla, y le sujeté la mano con todas mis fuerzas. Fue eso. Tenerla sujeta...
Le pateé en la cabeza. Le hice daño, pero no suficiente, no me soltó. Sentí lágrimas en los ojos y las rechacé porque no podía permitirme no ver. Le pateé de nuevo, sin dejar que su mano se acercara, sin soltarla. El ojo se le hinchaba por momentos y sangraba por la nariz, y sólo parecía más horrible. Pateé de nuevo y esta vez tiré de su brazo hacia mí a la vez, gritando.
Se oyó un sonido como el de un trueno. El Skull se vino abajo hacia un lado con la cabeza girada en un ángulo repugnante. Eso fue todo. Un sonido... como el de un trueno.
domingo, 15 de junio de 2014
Djinn Despierta (9): Violencia
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