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domingo, 1 de marzo de 2009

Through Heaven's Eyes

-Con tus ojos de hombre no lo verás.

-¿Qué quieres decir?

-No tienes la perspectiva adecuada. No puedes llegar a tenerla. ¿Qué parte es la difícil de entender?

-Alyosha, soy uno de los seres más poderosos sobre la tierra. Tengo que poder saberlo. - Aly se encongió de hombros.

-Así que "tienes" que poder saberlo, ¿no? Bueno, no te culpo. Yo pensaba así también cuando era un crío, pero ya hace tiempo de eso y he podido reflexionar al respecto.

-¿Cuanto tiempo? -preguntó Alex, rápidamente, buscando la guardia baja de su mentor.

-Ah, no te sé decir el año exacto, pero aun no había una vacuna contra la viruela... Irlanda aun no tenía partidarios de la independencia... África no se había separado de la masa de Pangea... en algún punto por ahí en medio.

-¿Me contestarás en serio alguna vez?

-Ves, así me gustan las preguntas. Con respuestas simples y concisas. No, no lo haré. -Alexander se pasó la mano por los ojos, tratando en vano de que la paciencia no le fallara.- Pero volviendo al tema previo, es muy presuntuoso de tu parte decidir que "tienes" que poder saberlo. Si el Creador no lo ha puesto a tu alcance, por algo será. Pero puedes hacerte una idea.

-¿Cómo?

-Despliega tus alas, polluelo, y álzate. Más allá de todo, a las capas superiores de la atmósfera... pero mantente por debajo del ozono, no nos convienen más problemas en ese campo... y luego mira. Mira hasta donde seas capaz de ver. Es mucho más de lo que yo puedo hacer, pero no se me ocurre otro camino para atajar la experiencia que a mi me dió la posibilidad de ver eso aquí y aquí -concluyó el hombre vestido de negro, tocando primero su cabeza y luego, con la palma abierta, su corazón.

-Pero...

-Sin peros. Y date prisa que va siendo hora de cenar. -Indefenso ante la sonrisa (demasiado cínica, demasiado pequeña, demasiado triste siempre) de Alyosha, Alex miró al cielo. Sus alas tomaron forma de la nada, y dos pilares de cristal se alzaron de la tierra flanqueándolo. El joven ángel del trueno apoyó manos y pies en ellas mientras sus plumas primarias, al extremo del ala, se apretaban contra las secundarias buscando el aerodinamismo óptimo. Un instante después, un arco voltaico propulsó al muchacho alado hacia el cielo, con un estampido sónico. Segundos después, Aly desprotegió sus oídos y miró, a tiempo para ver ambas columnas, y una o dos plumas caídas, deshacerse en simple luz.

-Bueno, ya me encontrará... -y se marchó del lugar para decidir donde cenar, canturreando… siempre debes mirar con la mirada celestial...

Las alas se desplegaron por completo y empujaron una vez, oponiéndose al salvaje impulso ascendente. Alexander, suspendido a seiscientos mil metros, se detuvo y planeó suavemente. El sutil aire de la ionosfera era menos dócil que el de la estratosfera, pero no era impedimento. Miró a sus pies. El mundo... su mundo. Con un vigoroso movimiento, enrollándose sobre si mismas y en torno a él, imposiblemente flexibles, las alas traslúcidas rasgaron las nubes a kilómetros bajo él. Mañana habría tormentas inesperadas, pero al fin y al cabo, era el ángel del trueno, ¿no?

Abrió los ojos. Más. Mucho más. Todo su ser eran ojos. Recordó las palabras de Apocalipsis: Y los cuatro seres vivientes, cada uno de ellos con seis alas, estaban llenos de ojos alrededor y por dentro, y día y noche no cesaban de decir: SANTO, SANTO, SANTO, es EL SEÑOR DIOS, EL TODOPODEROSO, el que era, el que es y el que ha de venir.
Abrió otro par de alas, y otras dos. Miró más allá de la tierra, y sus plumas se abrieron para sentir toda vibración, todo movimiento y sonido. Sintió que su ser se extendía, descendiendo lentamente, plácidamente, hasta ser cada vez menos él mismo, y más...

Había miles, cientos de miles de vidas debajo de él.

Interconectadas. Podría partir el planeta en dos, realmente podría. Y sellar ambas mitades con cristal purísimo, y mirar a los cristales, y ver a la humanidad como una granja de hormigas. Si en ese momento Alex hubiera tenido boca, habría reído. Unidos, vinculados, sin verse.

Construían. Derruían. Daban a luz. Asesinaban. ¿Qué había más allá? Seiscientos mil metros debajo suyo, alguien abrazaba a una mujer ebria que lloraba, feliz de haber salvado su vida en el accidente de coche, atormentada porque su marido no lo había hecho. Mil kilómetros al oeste, un grupo de chicos y chicas se habían reunido para cantar y adorar al Creador. Todo tenía sentido, todo eran elecciones de cada cual. Todo eran caminos equivocados, y aquí y allá destellos del camino verdadero. Invisible. Inevitable. Imperceptible. Omnipresente. Alex pensó de nuevo en la granja de hormigas. Si se pudiera hacer con el corazón, con el alma humana, ¿no veríamos allí grabadas las leyes que en el fondo todos sabemos reales y correctas?

Entendió un poco más. Pero le faltaba mucho. Algo sin pulmones ni labios suspiró, y -dándose cuenta de que se había dispersado- se restauró de nuevo. Media hora más tarde, entraba en un restaurante de cocina mediterránea para sentarse junto al hombre moreno que paladeaba una quiché. Vió su cubierto preparado, y Aly le dió la bienvenida llenándole la copa.

-¿Y bien?

-Bueno... he entendido un poco más sobre qué sentido tiene la vida en general. Aunque no podría ponerlo en palabras ni que me fuera la vida en ello. -Alyosha levantó su copa y Alex respondió al brindis sin la desgana de las últimas semanas.

-Todo un avance, ¿no?

-Supongo, pero sigo sin ver donde encajo yo en el esquema de las cosas.

-¡Ni lo harás! No hasta diez minutos después de muerto, polluelo. ¡Ve haciéndote a la idea! -y sin más, vació su copa, sonriendo.