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domingo, 14 de septiembre de 2014

Djinn Despierta (13): Aceptación

El aire se volvía espeso y denso en mis pulmones, más difícil de inspirar y espirar. No sé cuanto me hizo correr Lorca. Y no podía concentrarme en cuanto corría porque me estaba volviendo loca cómo corría. Mis zancadas eran rápidas, muy rápidas. Siempre he sido ágil, pero nunca había podido correr tanto. Mi pie se clavaba en el suelo. Primero el talón, luego la planta comprimía mi fuerza, y cuando la apoyaba en la punta una explosión de fuerza me empujaba adelante, a por el próximo paso. No sabía cómo, y en medio del caos de esta noche correr así era una fuente de placer, de alegría exultante. Algo en lo que ahogarme para no pensar.

Lorca mantenía mi paso, inclinado adelante, las rodillas casi pegadas al pecho; era como ver a alguien saltar una y otra vez, más que correr. Si has visto a un gamo moverse, entenderás a qué me refiero; eran brincos cíclicos. Cuando yo corría, al pisar me frenaba un momento y luego aceleraba de nuevo, pero él sólo parecía añadir velocidad. Así se había movido para salvarme antes. Intenté imitarle y logré una o dos zancadas espectaculares antes de perder el equilibrio y caer adelante.

Él ya estaba allí, su mano ya tomaba la mía, y el tirón me incorporó antes de que me fuera de boca contra el suelo como un crío aprendiendo a caminar. No se detuvo, y yo dejé para otro momento aprender su truco. De momento le seguí.

Me condujo a través de calles y callejones que ni yo conocía. No dejó que le pararan semáforos, vallas metálicas, contenedores de basura ni sentido común. Cuando empezó a lloviznar, no se paró. Yo quería detenerme y disfrutar del momento de alivio, de frescor; quería que la lluvia me limpiara a mí y la noche entera, mi sudor de la carrera y la sangre de mis manos y la irrealidad de todo lo que había ocurrido. Quería aprovechar las gotas de agua para llorar sin que se notara hasta que me quedara la cara limpia de churretes y polvo y de que casi me forzaran -esto era lo que más estaba tardando en entender que había ocurrido, un horror envuelto en otros para tratar de fingir que no existía y meterse debajo de mi piel-, pero no había discusión. Lorca no iba a detenerse y yo no me atrevía a pedírselo. Quizá él supiera mejor que yo que detenerme no me ayudaría, sino todo lo contrario.

Creí que se detenía finalmente para tomar el aliento como yo llevaba largos minutos deseando hacer. Pero simplemente habíamos llegado a nuestro destino. De un bolsillo interior hizo aparecer una llave y el alto portón de vidrio y metal se abrió para nosotros. El bloque de pisos era gris y sobrio por fuera, pero el recibidor se iluminó con un tono ámbar y rojizo de muchas maderas bajo la luz. Un refugio sorprendente para Lorca, pero sus recursos iban una y otra vez más allá de lo que yo preveía. Se movía con más cuidado ahora, respirando profunda, cuidadosamente. Estaba agotado. Tal vez herido.



Bien, era mi turno de cuidarle ahora. Me acerqué y pasé su brazo sobre mis hombros para darle apoyo; lo permitió dócilmente, y su sonrisa de gratitud no la olvidaré fácilmente.

- Gracias por pensar en mí.

- Calla, idiota. Siempre pienso en los demás -mentí. Cuidaba de mí misma. Apañaba lo que necesitaba mi padre. Pero hacerlo porque quería, igual que quería ver a Arielle y a Ester y que me contaran de todo y que me quisieran, que me quisieran como habían hecho siempre sin descubrir nunca que yo había matado a alguien... vale, no sólo pensaba en ellas, pero... lo que quiero decir es que ser así era raro en mí. Era ser, ¿cómo se dice? Empieza por em. Empática, eso. No se me daba bien ser simpática ni empática. Antipática, sí, hasta cuando no quería. Pero por Lorca me preocupaba. Se había ganado importarme.

Aunque la forma en que se apoyaba en mí empezaba a parecerme demasiado. Me empujaba hacia el costado. Era muy fuerte; no hacía presión contra mí, pero tocarle, que me tocara, me decía todo sobre su fuerza, contenida, aguardando su momento, y hasta entonces relajada. Estaba sobre mí y era muy, muy cálida. Por suerte no tenía buen ángulo para darse cuenta de cómo se me habían subido los colores. Tener esta cercanía con un chico, tener ninguna cercanía en absoluto, simplemente no era algo que me pasara a mí. Le miré de reojo. Los ojos entrecerrados me hicieron temer que hubiera perdido la conciencia, pero su respiración era demasiado controlada para eso. Entramos al ascensor y se separó de mí para apoyarse en el espejo que llenaba la pared interior.

Casi sentí frío cuando su calor se apartó de mi piel. Me hizo sentir ligeramente indefensa; extraña sensación para alguien que había estado peleando junto a él codo con codo. "Quizá no sea indefensión, sino confianza, y hace tanto que no la tengo que me cuesta distinguirlas", pensé. Él alargó un brazo a tientas y pulsó el botón del ático.

- No te preocupes... me apago para curarme bien. Mi cuerpo hace eso por instinto -me confió. Eran las primeras palabras que me dirigía desde que me había dado las gracias. Parecía tan agotado...

Las puertas metálicas se plegaron y volví a ser su muleta para salir. El ático tenía una única puerta; un sólo piso abarcaba toda la planta. ¿Lorca vivía aquí? Una segunda llave nos dio entrada y  pasamos a un amplio recibidor de paredes anaranjadas y muebles modernos. Creí que habíamos entrado a las páginas centrales de una revista de decoración de interiores. Para cuando me di cuenta, Lorca se había hundido en el blando sofá de piel negro y granate a mi izquierda.

- Entra -murmuró, mirándome con un sólo ojo abierto- Aquí estarás a salvo... aquí... -y se durmió sin más. Me enfadé un momento y luego sonreí, echándole el pelo a un lado. Él sonrió también en sueños, al sentirlo. Me sentí rara. No lo hubiera llamado mariposas en el estómago, porque yo no tengo esa clase de tonterías. Si no fuera por eso, tal vez las hubiera considerado así.


Había luz al fondo del pasillo. Y algo agitándose. Sombras. Sombras convulsas, fantasmagóricas. Apreté los puños, mi ceño se frunció por sí sólo. Las paredes naranjas brillaban y parpadeaban bajo la luz inconstante. Había algo allí...

Caminé muy despacio. Lorca era mi responsabilidad ahora. Se había dejado la piel por protegerme. Fuera lo que fuera o quien fuera que estuviera esperando ahora aquí, me ocuparía de ello. Según me acercaba, un olor picante de incienso llenó el ambiente. Me preparé para cualquier cosa.

Cualquier cosa menos el cuerpo semidesnudo, sudoroso, brillante, de Alyosha.

Una ata vela se alzaba en el centro de la habitación, sobre un pie de hierro forjado alto como un hombre, y él se movía en torno a su fuego, la única luz de la habitación. Hubiera parecido una danza si no fuera porque sus manos y pies golpeaban, rodeaban la llama, la atravesaban: rápido como un... un latigazo, sí, a eso me recordaban sus movimientos. Iba descalzo, saltaba, una pierna y luego otra sobre la llama, ocultándola de mi vista, estampando la sala de sombras chinescas. Los hombros, los codos, las rodillas, la postura de los dedos, cómo apoyaba los pies, todo fluía, se contraía y desplegaba como el velamen de un barco, los largos cabellos negros, humedecidos, flotando en el movimiento sin llegar a caer. Era majestuoso, era... ballet y fuerza y peligro y control.

Y sólo vestía un pantalón de lino egipcio, blanco hueso. Nada más.

He visto a hombres exhibirse. Cuerpos de gimnasio. Sé cómo es un hombre sin ropa, en términos generales. De modo que obviamente no me hipnotizó su destreza y no admiré su piel brillando y no, quiero hacer énfasis en esto, no tuve mariposas en el estómago como para que me levantaran del suelo.


Al cabo, tomó la llama en las manos. No bromeo: dio un golpe de canto y se llevó la llama con él, la mecha negra quedó atrás y el fuego estaba sobre su palma antes de que cerrara el puño y se esfumara. En la semioscuridad, cogió una toalla blanca y se la echó sobre los hombros, y entonces reparó en mí.

- ¿Djinn? -se apresuró a llegar a mi lado. Yo sólo podía mantener la cabeza gacha, sorprendida por su proximidad y, por otra parte, qué abdominales...- Cómo me alegro de verte. ¿Lorca ha tenido que traerte? ¿Te encuentras bien? ¿Qué te ha pasado exactamente? -y luego, mientras tomaba mis manos y mis brazos y me palpaba suavemente para ver donde pudiera haberme hecho daño y el mundo se cubría de una neblina rosada, añadió como un pensamiento de última hora- ¿Y él?


Después de todo lo ocurrido, no me apetecía nada dejar de ser mimada, por una vez que me pasaba. Pero Lorca era la prioridad ahora. Le tomé de la mano -no quería dejarle ir del todo, por razones que no era capaz de poner en palabras- y le llevé a la entrada, donde mi amigo seguía roncando como un enorme gato rubio. Al llegar delante suyo solté la mano de Aly. No me sentía cómoda con la posibilidad de que Lorca viera eso, por algún motivo. Pero él volvió a tomarla y, de hecho, entrelazó sus dedos con los míos. Mi corazón se saltó un latido. Me hizo girar hacia él como si me llevara en un baile y levantó mi mano hasta sus labios.

- No tengas miedo -me dijo con esa ternura suya, esa comprensión, ese qué sé yo que no era capaz de entender- No las soltaré. Eso no va a cambiar aunque se hayan manchado de sangre.



Lo sabía. Alyosha sabía lo que había ocurrido. Sabía que había quitado una vida. Y aun así, aun así, yo le seguía importando. Me invadió un terrible, doloroso alivio, alivio por algo que no sabía que temía, y me hundí llorando en su pecho como no lo hacía con nadie desde los tres años.


Sollocé durante una eternidad. Cuando por fin me separé de su torso, aun brillante, aun desnudo, me avergoncé y desvié la mirada.

Lorca, despierto, me miraba con una sonrisa compungida.

martes, 2 de septiembre de 2014

Djinn Despierta (12): Testimonios de Otromundo

Bienvenido a Otromundo. (El Viejo Ratas)

Así te saludan cuando descubren que acabas de dar tu primer paso en los Rincones Perdidos. Otromundo es lo que la realidad ve cuando mira de reojo y presiente una sombra, un movimiento, y se gira de repente y ve que no hay nada, y si ahí no hay nada es que lo tiene justo detrás. (Sonia Sibila)


Podéis llamarme Japón. Sí, reíros, reíros. Pronto os buscaréis un apodo. A muchos no os apetecerá que nadie lo tenga fácil para rastrear vuestra vida normal, o a vuestras familias. Además, os ayudará a distanciaros un poco de lo que estáis haciendo, y ese es un mecanismo de defensa útil. Si estáis estrangulando; perdón, cuando estéis estrangulando a alguien que ha decidido que le estorbáis, o que os ve como su cena... hace mucho bien a la mente poder pensar "esto no lo hago yo, esto lo está haciendo Japón". (Japón)

Somos el Pueblo Ciego, los invisibles moradores de esta Creación. Somos los Caídos o los Exaltados, depende de a quién te atrevas a preguntar. Somos los que han pagado el Precio, los herederos del Poder. (El Ángel Negro nº 1.284)

No fue nuestra decisión. ¡No, no! ¡No escogimos esto! Fuimos arrastrados. Las circunstancias nos obligaron. No había salida. Hicimos lo único que podíamos hacer. (Niño Cicatriz)


Somos víctimas. Somos los engañados. Somos los traicionados. Vestimos promesas incumplidas, bebemos mentiras; nos confundieron hasta hacernos ver lo blanco negro y lo negro blanco. Si fuimos engañados, nuestra decisión no es responsabilidad nuestra. Si se nos convenció de que lo que sabíamos bueno era malo, somos inocentes. (Karmapsyche)

Somos poderosos. No somos como los demás, pobres borregos. Blandemos habilidades que transgreden vuestra patética y cerrada de miras concepción del cosmos. La física, la mente, el espacio y el tiempo se someten a nuestros poderes, incalificables y sobrenaturales. (Lapislázuli Oneiros)

Los pocos que llegan a comprender esto, los extranjeros a Otromundo que se pierden en sus orillas, son tomados por locos o enloquecen de veras. Algunos se nos unen, otros tratan sin esperanza de destruirnos, hay quienes son comida. Cometieron un error entrando a los Rincones Perdidos y merecen su destino, sea cual sea. (El Rey Amarillo)

No me juzgues, malnacido. No te atrevas a juzgarme. ¿Quién eres tú? ¿Eres mejor acaso, sólo porque coma carroña, o porque no pueda ver el mar, o porque mi carne contamine el aire? No lo creo, bastardo; veo tu corazón later, y huelo tu sangre a cien pasos, y los pecados en tus manos y ojos y alma. Sé muy bien cómo eres y qué hay en tu interior. Tú eres despreciable. A mí esto me lo hicieron. No soy yo. Esto no es lo que soy. No en verdad. (Loken el Ghoul)


Sí, sé que lo hice. Sé en qué me he convertido. Y sé cual es la única salida. La única que no es primero muerte y luego muerte eterna. Es sólo que no me atrevo a dar ese paso aun. Necesito el poder. Un poco más de tiempo. Sólo un poco más. (Lorca Louzán)

lunes, 1 de septiembre de 2014

Djinn Despierta (11): Goliat

El cadáver me miraba con ojos entre furiosos e incrédulos, sin comprender que le había matado. Yo hice lo mismo y por la misma razón. Sólo cuando me di cuenta de que ya no jadeaba forcejeando conmigo me fijé en su cabeza retorcida.

Algo duro sobresalía de un costado del cuello. Luego supuse que era una vértebra, pero a mis ojos parecía un tumor, algo enfermizo que lo había matado desde dentro. Eso, no yo. Yo no.

Pataleé para quitarme el peso muerto -hasta a mí me pareció un pensamiento de mal gusto- de las piernas, y creí que se levantaba de un salto. Se levantó casi un palmo en el aire y cayó de nuevo sobre mí, más a mí derecha. Siguió inmóvil; yo recuperé el aliento que se me había escapado y lo aparté de un empujón. Rodó una vez y media.

Me hubiera quedado allí con él, tragando la realidad de lo que acababa de pasar, mirando las apagadas estrellas de la ciudad a su lado, yo con ojos cansados y él con los suyos...

Muertos.

Muertos.

Muertosmuertosmuertosmuertos... Hacia eco dentro de mí. La vibraciones de este eco golpearon mis entrañas. Hacía un rato, me había tocado ser feliz y estaba agradecida. Ahora le había roto el cuello a una persona y que fuera un violador no cambiaría que lo había matado y saber eso era una amargura tan grande que me llenaba. La pizza feliz no podía existir a la vez que la amargura, así se abrió paso hacia fuera.

Y le llevó una eternidad salir.


Más allá escuché los últimos ruidos de la pelea, si se la podía llamar así. Cuando me giré, Lorca estaba casi a mi lado. Retrocedí, tropecé y me incorporé. Me puse en guardia; me forcé a dejar de temblar clavándome los dientes en el labio inferior. Cuando lo vio se detuvo y me miró; no podía ver sus ojos en la oscuridad, pero prácticamente podía sentirlos.


-Te he fallado. -Eso fue lo primero que me dijo. Ese era Lorca, sin duda. El Lorca que había conocido esa tarde, el que se había preocupado por mí sólo porque se lo habían pedido. El que me había salvado después de que le abrieran la cabeza.

Oh, no, me había olvidado por completo. Todas las precauciones desaparecieron al recordar eso; me acerqué corriendo a él.

- No sé de qué hablas... ¿Cómo estás? Te hicieron una herida muy fea... -negó con la cabeza por instinto y le temblaron las pupilas. Pero no su cuerpo. Estaba rígido y eso le delataba, pero no dejó que se viera que estaba mareado. Y manchado de sangre, mayormente ajena.

- No, de veras, he estado mejor pero estoy bien.

- Sí, seguro. -le di un pequeño empujón y casi pierde el equilibrio por completo; le sostuve por las solapas de la larga cazadora de piel- No necesitas hacerte más el héroe. Estoy convenientemente impresionada -le regalé una pequeña sonrisa con esa confesión.

- Yo no -respondió una voz diferente. Nos giramos para ver a otro Skull. Lo seguimos mirando mientras se acercaba, había mucho por mirar. Dos metros largos de Skull, y si no fuera porque los seres humanos no miden tres metros hubiera creído que así era. Se acercó a zancadas amplias y lentas; los brazos no se balanceaban a los lados, eran tan largos que, al avanzar encorvado, se inclinaban hacia delante y casi creí que apoyaría los nudillos en el suelo como un gorila de montaña. Lo achaqué a las sombras, al miedo, a la calavera sonriente que tenía dientes dentro de los dientes y colmillos dentro de los colmillos. El tatuaje tenía colmillos. Su boca real también, prominentes y sobresalientes y dándole aun más aspecto de simio brutal.

- ¿Puedes correr? -susurré. No había motivo para pelear de nuevo, y se me encogía el estómago de pensar en hacerlo de nuevo. Y más contra esa... cosa. Cuanto más lo miraba, menos parecía una persona.- Ve hacia la derecha y yo... -me interrumpió el profundo jadeo de Lorca.

Cuando lo hizo antes, yo había estado lejos. Ahora el vapor de su aliento brotó a mi lado y su calor corporal me envolvió. Entre dos profundas exhalaciones, me apartó a un lado con una delicadeza incongruente con la tensión de sus músculos. Su cara era tan... serena. Tenía la boca entreabierta y las pupilas dilatadas hasta ser todo lo que podía ver en sus ojos. No me veían. Estaban desenfocados, o quizá veían todo a su alrededor. Se agachó, el tronco casi paralelo al suelo, una rodilla levantándose casi en un salto, y se precipitó hacia delante. El Skull levantó los brazos como Mike Tyson, doblados protegiendo su cuerpo y su cara. Su puñetazo, inmenso y largo como un tronco de árbol, cortó el aire. Lorca se echó a un costado sin dejar de avanzar, pero el segundo puño lo detuvo.

Fue demasiado veloz. Era tan absurdo y fuera de lugar como todo lo demás en aquel momento. Un puñetazo compacto y eficaz, rápido como una pesadilla. Los huesos de Lorca crujieron, juro que los oí crujir. Corrí hacia él, hacia ambos, insegura de qué podía hacer pero decidida a luchar junto a Lorca. Él se mantuvo en pie; había bloqueado el puño con ambos brazos. El Skull rió viéndonos de pie frente a él. Parecíamos niños frente a un adulto. Su risa buscaba mi mente, mi terror, mi inferioridad; se clavaba en ellos y giraba el filo para ensancharlos. Pero yo estaba al límite. Simplemente no podía temer más y me prohibía venirme abajo.

Por mí lo hubiera hecho, la verdad. No lo hice por Lorca. No iba a dejarle tirado, porque yo no hago esas cosas. Nunca.

Yo no soy como mi padre.

Otro puño, otro cañonazo, se dirigió esta vez a mí. Lorca intentó apartarme de un empujón con su hombro para bloquearlo. No lo consiguió, le vi venir; aguanté a su lado y juntos detuvimos el impacto embistiendo contra él a la vez. Era el movimiento que él me había enseñado: interrumpir el impulso antes de que pudiera desplegar el brazo le robaba su fuerza. Aun así, hubo un chasquido de algo que se rompía.

Abrí mucho los ojos al ver que mi golpe le había partido el meñique, que ahora colgaba inútil del resto del puño. ¿Le había dado justo en la articulación? No se había sentido así, pero estaba claro que, de algún modo, había funcionado.

O al menos eso pensé hasta que el Skull agarró el dedo roto y, sin un quejido ni un gesto, lo encajó de nuevo para cerrar su inmenso puño y descargarlo sobre nosotros. Esta vez había más peso, mucho más. Sólo nos había estado probando. Sentí el impacto a través del cuerpo de Lorca.



Que se cruzó frente a él y delante de mí.

Para protegerme.

Su espalda chocó contra mí y apenas pude frenarle; sus botas dejaron un surco en la tierra seca y dura, arrastrado por el impacto, negándose a caer.

- No necesito esto -bramó el Skull; no como un grito, era la voz de su envergadura, descomunal como él. Repitió el golpe como un profesional, un segundo golpe compacto. Vi la cazadora de Lorca ascender frente a mí, un salto que cayó sobre el puño y lo desvió hacia abajo, clavándolo en el suelo a mis pies. En ese momento logré reaccionar; mientras Lorca machacaba su mandíbula con un golpe de palma -un tsuppari, me dijo más tarde; no me importa cómo se pronuncie mientras funcione. Esta vez no lo hizo-, yo me lancé adelante y le dí con todas mis fuerzas en el estómago descubierto.

Esperaba dejarle sin respiración, no levantarlo del suelo. Apenas. Quizá sus talones se despegaron un par de centímetros, pero lo sentí, y él también. Me miró fijamente, inexpresivo. Creí, estúpidamente optimista, que tal vez se desplomara. Lorca le pateó en el cuello y él lo arrojó a un lado; lo tomó de la pierna y lo tiró. Lo ignoraba, toda su atención puesta en mí. Toda la mía estaba en la sensación de mi puño, demasiado conocida. Era el tacto de la pared detrás de los colchones en mi cuarto, era una dureza lisa, inorgánica, inconfundible.

Era metal. Dentro de su vientre, dentro de su cuerpo, había metal. ¿Qué era este tipo?

- Con eso no hay duda -me dijo-. Bienvenida a Otromundo.



Tuve un segundo para intentar entender de qué me hablaba antes de que se hundiera sobre una rodilla. Lorca le sacó de detrás de la articulación de la pierna un cuchillo de caza cubierto de un icor negro que, comprendí, era lo que el Skull tenía por sangre. Dió un brinco sobre su espalda y se le sentó sobre el cuello, como un niño a caballito. Un niño que apuñaló la garganta que envolvía con las piernas hasta tocar hueso y que luego lanzó todo el peso de su cuerpo hacia atrás, haciendo palanca sobre el cuchillo, las manos hincadas en ojos y nariz del monstruo -ya sólo podía verlo como tal- hasta que sonó un crujido que yo ahora ya conocía. Lo había olvidado, estaba en un reservado de mi mente donde esperaba poder tratar con ello más tarde. Pero ver a Lorca desnucar al Skull lo sacó de nuevo.


Le miré entre lágrimas; me había puesto a llorar sin poder controlarlo. Cuando Lorca se me acercó, el cuerpo relajado después de la tensión de su pelea, nuestra pelea, pareció más pequeño. Me cogió la mano, creí que iba a consolarme... y con voz suave, me dijo:

- Vámonos de aquí. No tardará mucho en levantarse.